Cientos, miles de veces le habían prohibido acercarse a
aquel lugar, a aquella casa señorial abandonada por el paso de los años y
renegada a un segundo plano en aquél barrio al que pocos podían aspirar, aún y
así ella tomó la decisión de ignorar todas las voces, todas las órdenes que
disfrazadas con una sonrisa le cortaban las pocas alas de libertad que le
quedaban.
Aquella tarde llovía y la noche se cernió sobre el pueblo
antes de lo que se esperaba para una época tan veraniega, que ahora parecía más
típica del frío invierno que del caluroso y sofocante verano.
No llevaba paraguas, no le gustaban y no los necesitaba,
fueran cuatro gotas o un diluvio le encantaba la sensación del agua rozando su
cara, acariciando sus mejillas y haciendo que sus cabellos se pegaran a su
piel.
Se paró ante aquella gran mansión, con los ojos puestos en
ella fijamente, como si quisiera desafiarla, como si la partida que iba a
empezar fuera a ganarla ella de una vez por toda.
En su reproductor de mp3 algo viejo y escacharrado pero con
forma de gato sonaba música tranquila, que contrastaba totalmente con el
aspecto exterior de la joven algo desaliñado y muy informal.
Trepó la valla con pocos problemas saltando al interior de
un jardín que había conocido tiempos mejores y ahora era algo más parecido a
una selva que otras cosas.
Avanzó con cuidado entre la
maleza, siempre atenta a no ser descubierta porque entonces volverían a
frenar su camino hacia aquella gran casa desconocida que siempre llamaba su
atención.
Tras una pequeña batalla con unos zarzales, que solo
consiguieron estropear un poco mas su camiseta, por lo que soltó un pequeño
gruñido, al fin y al cabo esa camiseta era de las que más le gustaban y ahora
tenía un par o tres de agujeros nuevos en ella y sería difícil conseguir una
nueva de ese estilo pues ya tenía muchos años, a decir verdad se la había
regalado Abel hace mucho tiempo ya que él no la usaba, se le había quedado
pequeña y antes de tirarla se la dio a Lilith.
Al final y después de perderse entre sus recuerdos sobre
aquella camiseta llegó al umbral de la casa, observando aquella puerta de
madera algo carcomida y con más de una telaraña dio un largo suspiro y puso su
mano en el picaporte, nunca se sabe, quizás con eso pudiera entrar, pero no fue
así, la puerta no cedió ni un centímetro.
-Sería demasiado fácil si me dejases entrar a la primera-
dijo con ironía y suspiró paseando por alrededor de la casa, buscando una
ventana, una grieta, algo que le permitiera entrar a aquel lugar al que todo el
mundo le prohibía ir.
Al final, después de mucho buscar la encontró, una ventana
abierta en el segundo piso, cerca de un árbol que parecía tener la suficiente
fuerza como para cargar el peso de la chica, que sonreía satisfactoriamente,
pensando que por fin ganaba la partida a aquella casa señorial.
Se acercó lentamente hacia un árbol de aspecto viejo y
desgastado, pero que parecía lo suficientemente fuerte como para soportar su
peso y que ella podría subir hasta donde estaba aquella ventana que le
permitiría al fin entrar en aquella casa.
Un pie, colocó solo un pie en el tronco, en un pequeño
agujero que tiempo atrás había sido la guarida de algún pequeño animal, pero
que ahora también había sido abandonado y olvidado por el resto del mundo,
apoyó el pié un poco mas, agarrándose con las manos a una rama un poco más alta
e impulsarse con las pocas fuerzas de su cuerpo logró llegar hacia las ramas más
altas de aquel árbol, el camino hacia el interior de aquella casa que tanto se
le resistía.
Un poco más de fuerza, las gotas de lluvia seguían mojando
su cara y su cuerpo pero eso no le importaba, su única obsesión, su intención
era llegar a aquella ventana y poco a poco lo iba logrando, iba llegando cada
vez más arriba.
Las manos entumecidas a causa de la lluvia el cuerpo le
temblaba levemente y la ropa se le pegaba a la piel, marcando su cuerpo, que se
ocupaba siempre en ocultar tras unas cuantas capas de ropa ancha más propias de
un chico que de una chica, pero eso a ella le traía sin cuidado, simplemente
trepaba por aquel árbol poco a poco y con esfuerzo hasta que al fin logró
llegar hasta la rama más cercana y con algo de consistencia para que poco a
poco se fuera acercando hacia su objetivo.
Paso a paso, poco a poco, procurando que sus pies no se
resbalaran de la rama fue llegando, apoyando sus manos ahora en el marco de la
ventana, para tener mayor punto de apoyo y saltar al interior justo antes de
que la traicionera lluvia aumentase su intensidad y empezase a granizar de
manera violenta, como si quisiera atacar a la joven que por fin había logrado
entrar en la mansión inquebrantable.
Después de unos segundos de asombro por su parte se levantó
poco a poco de la moqueta en la que estaba sentada y miró a todas partes, donde
la oscuridad lo dominaba todo.
Buscó dentro de su bolso, apartando demasiadas cosas
inútiles que tenia dentro hasta encontrar una linterna pequeña y de color
oscuro que siempre le acompañaba, primero comprobó que tuviera pilas, después
un par de golpecitos contra la palma de su mano y al fin, la linterna funcionó,
una pequeña luz que desde el exterior era imperceptible y desde el interior le
permitía investigar con mayor seguridad, era aquello o caminar a oscuras por
una casa en ruinas.
Tras unos segundos de observación de aquel pasillo empezó a
caminar, apuntando a todas direcciones con aquella linterna mientras caminaba
sobre aquella vieja moqueta de color ocre cubierta de polvo y desgastada,
abandonada a su suerte, una casa interesante, con razón se sentía tan atraída
por aquella casa y ahora tenía la oportunidad de explorarla por completo.
El silencio reinaba en aquella casa, solo interrumpido por
los paso encharcados de la joven, que miraba con curiosidad cada elemento
decorativo de la casa sacando de su bolso una cámara pequeña de fotos, y empezó
a fotografiar todo aquello que le parecía interesante, cada dos o tres pasos
una foto, un recuerdo, algo que luego colocaría en su vieja libreta que había
convertido en un álbum de fotos improvisado que poco a poco llenaba con fotos
de lugares de aquella horrible ciudad y de gentes, bueno solo de una persona,
de Abel, que era el único que parecía mantener una amistad con ella.
Con la calma y la seguridad de que aun tardarían al menos
una hora en encontrarla se acercó a la primera puerta que encontró, de madera
oscurecida y algo desgastado y el picaporte oxidado y viejo.
La joven sonrió abiertamente pensando que sería fácil
abrirla ya que estaba tan o más vieja que aquella casa.
Dirigió su mano hacia el picaporte, apretándola suave pero
con firmeza tirando de el con la esperanza de que la puerta cediera enseguida,
pero para su sorpresa, esta no cedió ni un milímetro, se mantuvo orgullosa en
su posición, prohibiendo la entrada de la joven al interior de la estancia,
ocultando de nuevo sus secretos a la joven que tiro un par de veces más del
picaporte antes de rendirse ante la victoria aplastante de aquella puerta.
Con un poco de decepción en la mirada avanzó hacia otra
puerta, buscando por segunda vez el poder entrar a una sala cerrada con otra
puerta que lo prohibía, tan imponente y fuerte como la anterior esta también se
negó a dejar conocer sus secretos a la joven Dali que algo mas decepcionada
avanzó hasta encontrar unas escaleras más propias de una película de terror que
de una casa de aquel estilo.
Miró a todas partes, como buscando que hubiera alguien para
detenerla, y al no encontrar prohibición alguna empezó a subir aquellas enormes
escaleras para llegar al último y tercer piso de aquella enorme casa.
Subió poco a poco, peldaño a peldaño, con la esperanza de
encontrar por fin, algo interesante en aquella amplia casa señorial que pese a
sus intentos y logros por entrar, aun no le dejaba ver lo que escondía en su
interior.
Paso a paso, dejando
que la estancia la envolviera completamente, de nuevo con la linterna en la
mano decidió que el silencio ya hacía demasiado que reinaba en aquella gran
casa infranqueable, así que ni corta ni perezosa, sacó de su bolso el mp3 con
forma de gato y se puso los auriculares.
En su cabeza empezó a retumbar la música estridente que
empezaba a reproducirse en el mp3 y que, aunque no lo pareciera no le distraía
en absoluto de su plan inicial, que era investigar y recorrer aquel edificio.
Al llegar arriba del todo de aquella escalera se pudo
vislumbrar un largo pasillo que parecía no tener fin conocido, pero que
lógicamente, cuando apuntó con su linterna, el final del pasillo apareció con
una mesita de madera carcomida y un horrible florero color crema y unas flores
marchitas
Volvió a sacar la cámara de fotos, fotografiando algunos
detalles que luego enseñaría a Lilith y a Abel cuando volviera al refugio, eso sería
prueba suficiente de que había logrado entrar en aquel caserón.
Pero no se marcharía hasta poder entrar en alguna de las
habitaciones.
Le llamó entonces la atención una puerta de madera de roble
desgastada, como el resto del edificio y se dijo a si misma que esta vez
lograría entrar.
Puso de nuevo su mano en el picaporte, moviéndolo un poco,
tirando de él, este parecía no ceder ante la tozudez de Dali, que tiró una y
otra vez hasta que este, agotado, desgastado y viejo empezó a ceder y a venirse
abajo, todo por la cabezonería de la pelirroja que había decidido no rendirse
en aquella aventura que llevaba años tratando de conseguir.
Un poco más, solo un poco más se dijo a si misma tirando
cada vez más, notando sus manos entumecidas, doloridas y literalmente echas
polvo por todo lo que había realizado en tan poco rato.
Un tirón más y la puerta finalmente cedió, mostrando
avergonzada la intimidad de aquel cuarto solitario, oculto y cubierto de polvo
Un grito de alegría y victoria escapo de la empapada joven
cuando vio aquella puerta al fin abierta.
Saboreó aquel momento, se relamió como si tuviera delante el
más delicioso y enorme helado de fresa y vainilla, y entró poco a poco a aquel
cuarto.
Encendió la linterna, porque obviamente no se veía nada,
¿Qué le esperaba en su interior? ¿Qué sala extraordinaria podría ver? ¿Un
dormitorio? ¿Un comedor? ¿Una sala de juegos? Muchas ideas, muchas
posibilidades se le ocurrieron a la joven mientras enfocaba el cuarto con
aquella linterna y finalmente una sonrisa cruzó su cara de oreja a oreja, lo
mejor que podía haber encontrado en aquella casa; la biblioteca.
Su paso fue más acelerado al ver que toda aquella habitación
estaba llena de libros del suelo al techo, tenía también un butacón color miel,
cubierto por un plástico y este a su vez, protegido por una enorme capa de
polvo que era la dueña y señora de la estancia, no muy lejos del butacón hay
una pequeña mesa de roble, con un candelabro en medio y velas a medio fundir
dando a la estancia un aspecto antiguo pero que a Dali le parecía encantador y
muy atrayente.
Una lámpara de pie y con dos estrellas se encontraba situada
tras el butacón, seguramente para cuando, al caer la noche, la persona que
habitase aquella sala podría seguir leyendo horas y horas.
Dali sería feliz en
aquel cuarto, sólo necesitaba unas hamburguesas y montañas y montañas de
libros, paseaba sus dedos por los lomos de algunos libros, mirando con
curiosidad los títulos, los autores, cada libro era un mundo nuevo para ella.
Algunos ya los había leído, libros que había cogido de la
biblioteca, que Abel le había regalado o que Lilith le había prestado alguna
vez.
Cogió unos cuantos libros al azahar, dejándolos sobre la
mesa, ahora que había entrado pasaría allí toda la noche leyendo y así no
tendría que volver al refugio, cualquier lugar sería mejor que el refugio.
Seguía buscando más libros con los que pasaría aquella noche
maravillosa en la casa que tanto había deseado invadir.
Entre tantos libros, cubiertos por el sucio polvo uno
destacaba entre los demás, uno llamaba la atención, uno de tapas blancas, con
unas letras plateadas y sin una pizca alguna de polvo, un libro del que jamás
había oído hablar y que enseguida hizo que dejase de lado todos los libros
anteriores para tratar de alcanzar aquel libro.
Estaba en uno de los estantes más altos de una de las
librerías, miró a izquierda a derecha y buscó algo en lo que subirse para
alcanzar aquel libro que tanto le llamaba la atención.
En un rincón, como si pareciera ocultarse de ella, una
péquela escalerilla de color negro cubierta también por una capa de polvo hizo
sonreír de nuevo a Dali, que pensó que con aquello lograría alcanzar aquel
preciado libro, empezando a ser una nueva obsesión en la joven.
Se acercó a aquella pequeña escalera y la cogió con manos
firmes, acercándola a la estantería donde aquel libro se encontraba.
La colocó contra la estantería, y se aseguró muy poco de que
esta aguantaría su peso o que la madera de la que estaba fabricada estaba en
buen estado, aquello carecía de importancia, lo único que merecía la pena era
aquel libro de blancas tapaduras cuyo nombre en plata era el suyo.
Subió la escalerilla apresuradamente, tratando de alcanzar el
libro, poniéndose de puntillas y cuando casi tenía el libro la escalerilla
empezó a ceder.
Atrapó el libro justo a tiempo, cuando la escalerilla se
partió dejando que la joven cayera al suelo, con el libro entre sus manos,
levantando una enorme polvareda que la hizo estornudar, pero que no soltó el
libro para nada.
Se levantó del suelo, sin limpiarse la ropa, con un pequeño
dolor en la espalda y se dirigió al butacón, quitándole el plástico, levantando
aun más polvo y se sentó sobre él.
Abrió el libro, acariciando las primeras páginas, no había
autor, no había editorial ni siquiera una marca registrada ni algo que le
indicase de donde provenía aquel extraño libro
“Este libro está escrito para aquella cuyo nombre es el
título, todas las respuestas serán reveladas en su interior”
Aquella extraña dedicatoria la intrigó más aun, la releyó
dos o tres veces pero cada vez que la leía se daba más cuenta de que aquel
libro la llamaba a ella.
Se acomodó mas en el butacón y empezó a leer un extraño
prologo que no tenia pero a la vez si tenía sentido, algo que la mantenía
concentrada, olvidándose por completo, del tiempo, del clima, de la seguridad,
incluso de cenar.
Parecía que había pasado una eternidad, y aun seguía
concentrada en las primeras palabras que el libro le mostraba, no importaba
nada mas, no necesitaba nada mas, solo aquel libro.
El tiempo no tenía
sentido, nada tenía sentido, solo aquel libro que devoraba con atención,
releyendo por si acaso dos veces cada página y solo iba por el prólogo.
La paz y la tranquilidad de aquel improvisado refugio en el
que había encontrado paz fue interrumpida por unos golpes en la puerta
principal, golpes violentos, agresivos, fuertes, hicieron que la casa temblara
y sus puertas cedieron ante la violencia de los que entraron en aquel santuario
de silencio y paz
Reconoció las voces enseguida, eran adultos del refugio,
aquellos que se encargaban de controlarlos y vigilarlos, de que ninguno no
saliéra del redil, o eso les explicaba el cura que dirigía el refugio para almas
perdidas y abandonadas.
Al escuchar aquellas voces, aquellos gritos profanando su
recién encontrado templo de paz, no supo porque, pero oculto aquel libro en su
bolso, entre las mil y una cosas que tenia dentro, pero que no eran para nada
cosas femeninas, pero seguro que así no registrarían el bolso, podría llevarse
su nuevo tesoro al refugio.
Se quedó de pie, delante del butacón cuando aparecieron en
su búsqueda, tres hombres, empapados, molestos, muy cabreados con Dali, aquella
noche se quedaría sin cenar
En el mismo momento en que los vio no pudo evitar una
sonrisa y miles de preguntas en su mente ¿Cómo habían podido entrar tan
fácilmente si a ella le había costado muchos esfuerzos y penurias?
No le dio tiempo a preguntar mucho mas cuando uno de los
hombrees se acerco, empapado y la cogió con fuerza del brazo derecho
“No deberías estar aquí Dali” fue lo único que le dijo antes
de sacarla casi a rastras de la biblioteca
-Pero Ismael….- le llamó por su nombre pero este no atendía
a razones
-Dali, me has hecho salir de noche, lloviendo, y se me ha
arrugado mucho el traje, ¿Quién te crees que eres para hacer que todos los del
centro perdamos nuestro tiempo buscándote? No mereces tanto la pena como para
que tengamos que estar pendientes de ti
Ismael siempre actuaba así con ella, no tenia nunca una
palabra amable ni reconfortante hacia la joven, siempre trajeado con ese cuerpo
demasiado musculado y esos cabellos blancos y sus entradas demasiado marcadas para
un hombre de 40 años como él.
Dali siempre procuraba no acercarse demasiado porque siempre
acababa recibiendo y esa no iba a ser una excepción, Ismael era muy estricto y
pesado para ella.
Al poco salieron de la casa, la muchacha se despidió con la
mirada de aquel lugar tan extraño, jurándose a sí misma volver en cuanto
tuviera una oportunidad de hacerlo, aquel lugar aun tenía muchos secretos para
ella, pero se llevaba el mayor de todos escondido entre sus cosas, el libro
blanco con su nombre grabado.
Ismael introdujo de muy malos modos a la chica en la
furgoneta y de un solo golpe y esta se cerró, dejando a la joven atrapada de
nuevo en su interior.
El vehículo arrancó, con un estruendo horriblemente
ensordecedor, como si un petardo mal encendido explotase dentro de una lata, y
se fue calle abajo, llevándose a Dali de nuevo a su cárcel, con el libro
oculto, y el secreto al descubierto
Ilustración de
Marisa Martinez
Marisa Martinez
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