El sonido de las gotas, estrellándose contra el suelo, de
forma lenta pero incesante, cualquiera pensaría que era agua de un grifo mal
cerrado, o quizás la señal de que pronto llovería, pero no era así, aquel
sonido no era agua, no podía serlo, más denso, más oscuro, más triste y
apagado, recorría a gran velocidad la hoja de aquel oxidado y viejo cuchillo
que guardaban en aquel viejo cajón, aquellas gotas se acumulaban en la punta y
luego la gravedad, imparcial e inamovible las hacia caer sobre aquel viejo
suelo de mármol azul que siempre le había disgustado.
Ella impasible, silenciosa sostenía aquel utensilio con las
manos desnudas, frías y manchadas con la sangre de aquel que una vez fue su
alma gemela, su guía y su tesoro.
Todo había pasado tan deprisa, demasiado deprisa, tenía que
sufrir, tenía que sentir en sus carnes el dolor de los golpes, de los cortes,
de una falsa vida feliz donde nada era lo que parecía, nadie conocía la verdad,
un horrible infierno se escondía tras aquella sonrisa dulce y conciliadora
Su cuerpo, en el suelo, con decenas de heridas repartidas
torpemente por un cuerpo que jamás volveria a tener vida, en su rostro un rictus de terror y asombro,
una mala sorpresa en un dia especial, un dia señalado e irrepetible, con
significado para todos y para nadie.
Dejo caer aquel viejo cuchillo al suelo, mientras descalza
caminaba por aquella gran cocina vieja, como si nada hubiera pasado, se acerco
a la nevera, miro en su interior, solo unas patatas y un poco de arroz que
seguramente ya no se querrían comer ni los gatos, media botella de vino y una
tarta entera, preparada para una celebración, para algo especial. Una pequeña
sonrisa recorrió su rostro, el primer gesto de humanidad desde el “incidente”.
Lentamente saco la tarta, se sentó en una silla y con otro
cuchillo aun más viejo y oxidado corto una porción de aquella deliciosa tarta
de crema y chocolate. Un mordisco, una sonrisa, otro mordisco, una lagrima, un
mordisco mas, sensación de alivio y libertad, no mas gritos, no mas palizas, no
mas encierros, ahora si podía volar.
La tarta le supo bien, tanto que corto otro trozo, dejándolo
en el suelo, al lado de ese cuerpo inmóvil, asustado y que seguía perdiendo
sangre poco a poco.
-Al fin puedo soñar, puedo volar, ya no puedes cortar mis
alas, feliz San Valentín- susurro a un oído que no le escuchaba, no sentía y
simplemente se pudría por segundos a su lado.
Otra sonrisa, empezó a correr por el pasillo, entrando al dormitorio
para abrir ese viejo armario de un mercado, la puerta se cayó al suelo, otra
carcajada, escogió sus mejores galas, una falda marrón hasta las rodillas y una
blusa blanca amarilleada por el tiempo y los lavados, se sentó en una silla,
ante el tocador, un maquillaje sencillo, un peinado elegante, un collar de
perlas falsas y unos pendientes de esos
que parecen mucho pero que no son nada, unos zapatos de tacón, y otra sonrisa
mas.
Abrió aquel viejo balcón, el viento le dio la bienvenida a
una nueva vida, una vida sin dolor, una vida sin miedos, una vida libre. Una última
mirada hacia atrás, una última sonrisa, un “hasta nunca” y un salto, por fin podía
volar, volar alto, volar libre.
La caída fue rápida, dura, pero rápida, no hubo dolor, no existía
el miedo, solo una sonrisa en su rostro y el saber que allí donde iba, nadie la
dañaría jamás.
1 comentario:
Un triste relato, todo sea dicho. Pero no veo con buenos ojos la idea del suicidio. Nunca me ha gustado. Pero es comprensible que la protagonista tenga esa idea en la cabeza.
En fin, como reflexion añadire que todos alguna vez prefeririamos dejar atras la vida que tenemos pero ceder ha ese mal pensamiento equivale ha huir y ser cobardes. Yo no soy valiente y muchas veces huiria pero si quiero mejorar debo ser valiente cuando el miedo y la desesperanza despierta en mi.
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