lunes, 21 de mayo de 2012

El libro del Angel






Cientos, miles de veces le habían prohibido acercarse a aquel lugar, a aquella casa señorial abandonada por el paso de los años y renegada a un segundo plano en aquél barrio al que pocos podían aspirar, aún y así ella tomó la decisión de ignorar todas las voces, todas las órdenes que disfrazadas con una sonrisa le cortaban las pocas alas de libertad que le quedaban.

Aquella tarde llovía y la noche se cernió sobre el pueblo antes de lo que se esperaba para una época tan veraniega, que ahora parecía más típica del frío invierno que del caluroso y sofocante verano.

No llevaba paraguas, no le gustaban y no los necesitaba, fueran cuatro gotas o un diluvio le encantaba la sensación del agua rozando su cara, acariciando sus mejillas y haciendo que sus cabellos se pegaran a su piel.

Se paró ante aquella gran mansión, con los ojos puestos en ella fijamente, como si quisiera desafiarla, como si la partida que iba a empezar fuera a ganarla ella de una vez por toda.
En su reproductor de mp3 algo viejo y escacharrado pero con forma de gato sonaba música tranquila, que contrastaba totalmente con el aspecto exterior de la joven algo desaliñado y muy informal.


Trepó la valla con pocos problemas saltando al interior de un jardín que había conocido tiempos mejores y ahora era algo más parecido a una selva que otras cosas.
Avanzó con cuidado entre la  maleza, siempre atenta a no ser descubierta porque entonces volverían a frenar su camino hacia aquella gran casa desconocida que siempre llamaba su atención.

Tras una pequeña batalla con unos zarzales, que solo consiguieron estropear un poco mas su camiseta, por lo que soltó un pequeño gruñido, al fin y al cabo esa camiseta era de las que más le gustaban y ahora tenía un par o tres de agujeros nuevos en ella y sería difícil conseguir una nueva de ese estilo pues ya tenía muchos años, a decir verdad se la había regalado Abel hace mucho tiempo ya que él no la usaba, se le había quedado pequeña y antes de tirarla se la dio a Lilith.

Al final y después de perderse entre sus recuerdos sobre aquella camiseta llegó al umbral de la casa, observando aquella puerta de madera algo carcomida y con más de una telaraña dio un largo suspiro y puso su mano en el picaporte, nunca se sabe, quizás con eso pudiera entrar, pero no fue así, la puerta no cedió ni un centímetro.

-Sería demasiado fácil si me dejases entrar a la primera- dijo con ironía y suspiró paseando por alrededor de la casa, buscando una ventana, una grieta, algo que le permitiera entrar a aquel lugar al que todo el mundo le prohibía ir.

Al final, después de mucho buscar la encontró, una ventana abierta en el segundo piso, cerca de un árbol que parecía tener la suficiente fuerza como para cargar el peso de la chica, que sonreía satisfactoriamente, pensando que por fin ganaba la partida a aquella casa señorial.

Se acercó lentamente hacia un árbol de aspecto viejo y desgastado, pero que parecía lo suficientemente fuerte como para soportar su peso y que ella podría subir hasta donde estaba aquella ventana que le permitiría al fin entrar en aquella casa.
Un pie, colocó solo un pie en el tronco, en un pequeño agujero que tiempo atrás había sido la guarida de algún pequeño animal, pero que ahora también había sido abandonado y olvidado por el resto del mundo, apoyó el pié un poco mas, agarrándose con las manos a una rama un poco más alta e impulsarse con las pocas fuerzas de su cuerpo logró llegar hacia las ramas más altas de aquel árbol, el camino hacia el interior de aquella casa que tanto se le resistía.

Un poco más de fuerza, las gotas de lluvia seguían mojando su cara y su cuerpo pero eso no le importaba, su única obsesión, su intención era llegar a aquella ventana y poco a poco lo iba logrando, iba llegando cada vez más arriba.

Las manos entumecidas a causa de la lluvia el cuerpo le temblaba levemente y la ropa se le pegaba a la piel, marcando su cuerpo, que se ocupaba siempre en ocultar tras unas cuantas capas de ropa ancha más propias de un chico que de una chica, pero eso a ella le traía sin cuidado, simplemente trepaba por aquel árbol poco a poco y con esfuerzo hasta que al fin logró llegar hasta la rama más cercana y con algo de consistencia para que poco a poco se fuera acercando hacia su objetivo.

Paso a paso, poco a poco, procurando que sus pies no se resbalaran de la rama fue llegando, apoyando sus manos ahora en el marco de la ventana, para tener mayor punto de apoyo y saltar al interior justo antes de que la traicionera lluvia aumentase su intensidad y empezase a granizar de manera violenta, como si quisiera atacar a la joven que por fin había logrado entrar en la mansión inquebrantable.

Después de unos segundos de asombro por su parte se levantó poco a poco de la moqueta en la que estaba sentada y miró a todas partes, donde la oscuridad lo dominaba todo.

Buscó dentro de su bolso, apartando demasiadas cosas inútiles que tenia dentro hasta encontrar una linterna pequeña y de color oscuro que siempre le acompañaba, primero comprobó que tuviera pilas, después un par de golpecitos contra la palma de su mano y al fin, la linterna funcionó, una pequeña luz que desde el exterior era imperceptible y desde el interior le permitía investigar con mayor seguridad, era aquello o caminar a oscuras por una casa en ruinas.
Tras unos segundos de observación de aquel pasillo empezó a caminar, apuntando a todas direcciones con aquella linterna mientras caminaba sobre aquella vieja moqueta de color ocre cubierta de polvo y desgastada, abandonada a su suerte, una casa interesante, con razón se sentía tan atraída por aquella casa y ahora tenía la oportunidad de explorarla por completo.

El silencio reinaba en aquella casa, solo interrumpido por los paso encharcados de la joven, que miraba con curiosidad cada elemento decorativo de la casa sacando de su bolso una cámara pequeña de fotos, y empezó a fotografiar todo aquello que le parecía interesante, cada dos o tres pasos una foto, un recuerdo, algo que luego colocaría en su vieja libreta que había convertido en un álbum de fotos improvisado que poco a poco llenaba con fotos de lugares de aquella horrible ciudad y de gentes, bueno solo de una persona, de Abel, que era el único que parecía mantener una amistad con ella.

Con la calma y la seguridad de que aun tardarían al menos una hora en encontrarla se acercó a la primera puerta que encontró, de madera oscurecida y algo desgastado y el picaporte oxidado y viejo.
La joven sonrió abiertamente pensando que sería fácil abrirla ya que estaba tan o más vieja que aquella casa.

Dirigió su mano hacia el picaporte, apretándola suave pero con firmeza tirando de el con la esperanza de que la puerta cediera enseguida, pero para su sorpresa, esta no cedió ni un milímetro, se mantuvo orgullosa en su posición, prohibiendo la entrada de la joven al interior de la estancia, ocultando de nuevo sus secretos a la joven que tiro un par de veces más del picaporte antes de rendirse ante la victoria aplastante de aquella puerta.

Con un poco de decepción en la mirada avanzó hacia otra puerta, buscando por segunda vez el poder entrar a una sala cerrada con otra puerta que lo prohibía, tan imponente y fuerte como la anterior esta también se negó a dejar conocer sus secretos a la joven Dali que algo mas decepcionada avanzó hasta encontrar unas escaleras más propias de una película de terror que de una casa de aquel estilo.

Miró a todas partes, como buscando que hubiera alguien para detenerla, y al no encontrar prohibición alguna empezó a subir aquellas enormes escaleras para llegar al último y tercer piso de aquella enorme casa.

Subió poco a poco, peldaño a peldaño, con la esperanza de encontrar por fin, algo interesante en aquella amplia casa señorial que pese a sus intentos y logros por entrar, aun no le dejaba ver lo que escondía en su interior.


Paso  a paso, dejando que la estancia la envolviera completamente, de nuevo con la linterna en la mano decidió que el silencio ya hacía demasiado que reinaba en aquella gran casa infranqueable, así que ni corta ni perezosa, sacó de su bolso el mp3 con forma de gato y se puso los auriculares.

En su cabeza empezó a retumbar la música estridente que empezaba a reproducirse en el mp3 y que, aunque no lo pareciera no le distraía en absoluto de su plan inicial, que era investigar y recorrer aquel edificio.

Al llegar arriba del todo de aquella escalera se pudo vislumbrar un largo pasillo que parecía no tener fin conocido, pero que lógicamente, cuando apuntó con su linterna, el final del pasillo apareció con una mesita de madera carcomida y un horrible florero color crema y unas flores marchitas

Volvió a sacar la cámara de fotos, fotografiando algunos detalles que luego enseñaría a Lilith y a Abel cuando volviera al refugio, eso sería prueba suficiente de que había logrado entrar en aquel caserón.

Pero no se marcharía hasta poder entrar en alguna de las habitaciones.

Le llamó entonces la atención una puerta de madera de roble desgastada, como el resto del edificio y se dijo a si misma que esta vez lograría entrar.
Puso de nuevo su mano en el picaporte, moviéndolo un poco, tirando de él, este parecía no ceder ante la tozudez de Dali, que tiró una y otra vez hasta que este, agotado, desgastado y viejo empezó a ceder y a venirse abajo, todo por la cabezonería de la pelirroja que había decidido no rendirse en aquella aventura que llevaba años tratando de conseguir.
Un poco más, solo un poco más se dijo a si misma tirando cada vez más, notando sus manos entumecidas, doloridas y literalmente echas polvo por todo lo que había realizado en tan poco rato.

Un tirón más y la puerta finalmente cedió, mostrando avergonzada la intimidad de aquel cuarto solitario, oculto y cubierto de polvo
Un grito de alegría y victoria escapo de la empapada joven cuando vio aquella puerta al fin abierta.
Saboreó aquel momento, se relamió como si tuviera delante el más delicioso y enorme helado de fresa y vainilla, y entró poco a poco a aquel cuarto.
Encendió la linterna, porque obviamente no se veía nada, ¿Qué le esperaba en su interior? ¿Qué sala extraordinaria podría ver? ¿Un dormitorio? ¿Un comedor? ¿Una sala de juegos? Muchas ideas, muchas posibilidades se le ocurrieron a la joven mientras enfocaba el cuarto con aquella linterna y finalmente una sonrisa cruzó su cara de oreja a oreja, lo mejor que podía haber encontrado en aquella casa; la biblioteca.

Su paso fue más acelerado al ver que toda aquella habitación estaba llena de libros del suelo al techo, tenía también un butacón color miel, cubierto por un plástico y este a su vez, protegido por una enorme capa de polvo que era la dueña y señora de la estancia, no muy lejos del butacón hay una pequeña mesa de roble, con un candelabro en medio y velas a medio fundir dando a la estancia un aspecto antiguo pero que a Dali le parecía encantador y muy atrayente.
Una lámpara de pie y con dos estrellas se encontraba situada tras el butacón, seguramente para cuando, al caer la noche, la persona que habitase aquella sala podría seguir leyendo horas y horas.

Dali sería feliz  en aquel cuarto, sólo necesitaba unas hamburguesas y montañas y montañas de libros, paseaba sus dedos por los lomos de algunos libros, mirando con curiosidad los títulos, los autores, cada libro era un mundo nuevo para ella.
Algunos ya los había leído, libros que había cogido de la biblioteca, que Abel le había regalado o que Lilith le había prestado alguna vez.

Cogió unos cuantos libros al azahar, dejándolos sobre la mesa, ahora que había entrado pasaría allí toda la noche leyendo y así no tendría que volver al refugio, cualquier lugar sería mejor que el refugio.

Seguía buscando más libros con los que pasaría aquella noche maravillosa en la casa que tanto había deseado invadir.
Entre tantos libros, cubiertos por el sucio polvo uno destacaba entre los demás, uno llamaba la atención, uno de tapas blancas, con unas letras plateadas y sin una pizca alguna de polvo, un libro del que jamás había oído hablar y que enseguida hizo que dejase de lado todos los libros anteriores para tratar de alcanzar aquel libro.
Estaba en uno de los estantes más altos de una de las librerías, miró a izquierda a derecha y buscó algo en lo que subirse para alcanzar aquel libro que tanto le llamaba la atención.

En un rincón, como si pareciera ocultarse de ella, una péquela escalerilla de color negro cubierta también por una capa de polvo hizo sonreír de nuevo a Dali, que pensó que con aquello lograría alcanzar aquel preciado libro, empezando a ser una nueva obsesión en la joven.


Se acercó a aquella pequeña escalera y la cogió con manos firmes, acercándola a la estantería donde aquel libro se encontraba.
La colocó contra la estantería, y se aseguró muy poco de que esta aguantaría su peso o que la madera de la que estaba fabricada estaba en buen estado, aquello carecía de importancia, lo único que merecía la pena era aquel libro de blancas tapaduras cuyo nombre en plata era el suyo.

Subió la escalerilla apresuradamente, tratando de alcanzar el libro, poniéndose de puntillas y cuando casi tenía el libro la escalerilla empezó a ceder.
Atrapó el libro justo a tiempo, cuando la escalerilla se partió dejando que la joven cayera al suelo, con el libro entre sus manos, levantando una enorme polvareda que la hizo estornudar, pero que no soltó el libro para nada.

Se levantó del suelo, sin limpiarse la ropa, con un pequeño dolor en la espalda y se dirigió al butacón, quitándole el plástico, levantando aun más polvo y se sentó sobre él.

Abrió el libro, acariciando las primeras páginas, no había autor, no había editorial ni siquiera una marca registrada ni algo que le indicase de donde provenía aquel extraño libro
“Este libro está escrito para aquella cuyo nombre es el título, todas las respuestas serán reveladas en su interior”
Aquella extraña dedicatoria la intrigó más aun, la releyó dos o tres veces pero cada vez que la leía se daba más cuenta de que aquel libro la llamaba a ella.
Se acomodó mas en el butacón y empezó a leer un extraño prologo que no tenia pero a la vez si tenía sentido, algo que la mantenía concentrada, olvidándose por completo, del tiempo, del clima, de la seguridad, incluso de cenar.

Parecía que había pasado una eternidad, y aun seguía concentrada en las primeras palabras que el libro le mostraba, no importaba nada mas, no necesitaba nada mas, solo aquel libro.

 El tiempo no tenía sentido, nada tenía sentido, solo aquel libro que devoraba con atención, releyendo por si acaso dos veces cada página y solo iba por el prólogo.

La paz y la tranquilidad de aquel improvisado refugio en el que había encontrado paz fue interrumpida por unos golpes en la puerta principal, golpes violentos, agresivos, fuertes, hicieron que la casa temblara y sus puertas cedieron ante la violencia de los que entraron en aquel santuario de silencio y paz

Reconoció las voces enseguida, eran adultos del refugio, aquellos que se encargaban de controlarlos y vigilarlos, de que ninguno no saliéra del redil, o eso les explicaba el cura que dirigía el refugio para almas perdidas y abandonadas.

Al escuchar aquellas voces, aquellos gritos profanando su recién encontrado templo de paz, no supo porque, pero oculto aquel libro en su bolso, entre las mil y una cosas que tenia dentro, pero que no eran para nada cosas femeninas, pero seguro que así no registrarían el bolso, podría llevarse su nuevo tesoro al refugio.

Se quedó de pie, delante del butacón cuando aparecieron en su búsqueda, tres hombres, empapados, molestos, muy cabreados con Dali, aquella noche se quedaría sin cenar

En el mismo momento en que los vio no pudo evitar una sonrisa y miles de preguntas en su mente ¿Cómo habían podido entrar tan fácilmente si a ella le había costado muchos esfuerzos y penurias?
No le dio tiempo a preguntar mucho mas cuando uno de los hombrees se acerco, empapado y la cogió con fuerza del brazo derecho
“No deberías estar aquí Dali” fue lo único que le dijo antes de sacarla casi a rastras de la biblioteca
-Pero Ismael….- le llamó por su nombre pero este no atendía a razones
-Dali, me has hecho salir de noche, lloviendo, y se me ha arrugado mucho el traje, ¿Quién te crees que eres para hacer que todos los del centro perdamos nuestro tiempo buscándote? No mereces tanto la pena como para que tengamos que estar pendientes de ti

Ismael siempre actuaba así con ella, no tenia nunca una palabra amable ni reconfortante hacia la joven, siempre trajeado con ese cuerpo demasiado musculado y esos cabellos blancos y sus entradas demasiado marcadas para un hombre de 40 años como él.

Dali siempre procuraba no acercarse demasiado porque siempre acababa recibiendo y esa no iba a ser una excepción, Ismael era muy estricto y pesado para ella.

Al poco salieron de la casa, la muchacha se despidió con la mirada de aquel lugar tan extraño, jurándose a sí misma volver en cuanto tuviera una oportunidad de hacerlo, aquel lugar aun tenía muchos secretos para ella, pero se llevaba el mayor de todos escondido entre sus cosas, el libro blanco con su nombre grabado.

Ismael introdujo de muy malos modos a la chica en la furgoneta y de un solo golpe y esta se cerró, dejando a la joven atrapada de nuevo en su interior.

El vehículo arrancó, con un estruendo horriblemente ensordecedor, como si un petardo mal encendido explotase dentro de una lata, y se fue calle abajo, llevándose a Dali de nuevo a su cárcel, con el libro oculto, y el secreto al descubierto



Ilustración de
Marisa Martinez