¿Cómo te sientes cuando tienes que mirar cuatro veces por una ventana para sentirte segura?
¿Cuándo en tu propio hogar no puedes encontrar la paz?
Vives con el miedo en el cuerpo, observando que no haya cambiado nada, que no haya desaparecido nada de tu fortaleza, de tu hogar, pero ya no es seguro, ya no te sientes a salvo, ya no puedes sentirte bien.
El teléfono te pone nerviosa, cualquier llamada, cualquier cosa que se sale de la norma te atemoriza y el simple hecho de salir a la calle sola es un riesgo que no se quiere asumir, todo por culpa de unas cartas anónimas, unas llamadas en las que cuando contestas no se oye nada, solo una respiración constante, algo que te pone nerviosa y que no te deja ni un minuto de paz en tu agitada vida.
El peor momento es cuando buscas ayuda y no la encuentras, llamas a tus amigos, familiares, conocidos, pides ayuda y la mayoría no te creen.
-Imaginaciones tuyas, nadie haría nada así, no has hecho nada malo a nadie….
Palabras vacías de personas aparentemente conocidas, pero que no te dejan oportunidad de demostrar una verdad aterradora, unos ojos que te observan a lo lejos y que solo desean tu terror para convertirte en un juguete de trapo al que poder manipular y destrozar.
Cuando más hundida estas, cuando más desesperada estas y más perdida te encuentras todo parece irte mal, todo parece lo peor del mundo y cualquier mano amiga que se te tiende es rechazada por temor a que esa mano sea la que te ha estado aterrando a cada momento, a cada segundo, cada milímetro de esa piel.
Decides salir de casa, cubriendo tu piel, con una gorra, con ropas atípicas para como tu estas acostumbrada a vestir, para no ser reconocida, para no ser tu misma y así ver si te dejan en paz, si no pueden conocerte no pueden hacerte daño.
Con ese pensamiento sales un poco más relajada, pero no lo suficiente, no puedes estarlo porque ves demasiados ojos observándote, siguiendo tu camino y analizando tu figura como un radar, cualquiera de ellos puede ser el que cada noche te llama y aunque no te dice nada no te deja dormir, se cuela en tus sueños y te atrapa y te envuelve, dejándote solo con un grito ahogado y un sudor frio recorriendo tu espalda, haciendo que la tela del pijama se pegue a tu piel y que no puedas despegártelo a sol ni a sombra, como la sensación de miedo que te acompaña mientras estas despierta, llorando en silencio aferrando las sabanas de la cama mientras maldices tu vida, y no tienes ni el valor ni la fuerza de continuar la vida con tranquilidad.
Pasan los días, pasan las semanas, pasa incluso un mes, y no sabes que ha pasado, ya no hay llamadas, ya no hay mensajes, ni siquiera notas la sensación de que alguien te observa, como si nada hubiera pasado tu vida vuelve a su curso, vuelves a disfrutar de una libertad por la que has soñado y suplicado.
Sales a la calle, con la calma y la tranquilidad de sentirte por fin con tu vida recuperada, y con la calma y la tranquilidad sonriéndole a la gente de la calle, saludándoles y sintiéndote segura nuevamente.
La vida te sonríe, todo vuelve a ser como era, caminas altiva, segura, feliz, y entonces, de la nada, esa mala sensación reaparece, esa sensación de que alguien te mira, te sigue, incluso te huele sin acercarte, y el miedo vuelve a aflorar, el temor de lo desconocido es el peor de todos, porque no sabes de donde viene, no sabes de dónde puede aparecer ni lo que puede ocurrirle.
Sola, temblorosa, asustada empiezas a andar nuevamente acelerando el paso de manera frenética y precipitada, buscando una cara conocida, una calle conocida, algo donde refugiarte algo que te mantenga a salvo en tu mundo de paz.
El miedo puede con ella, el miedo la domina, el miedo es su vida; da media vuelta y sale corriendo, aun con zapatos de tacón en dirección a su refugio, a su casa, allí donde estaría a salvo, segura y feliz.
Llega a duras penas al portal, sudando, temblando, sujetándose el pecho con una mano, temblando, mirando a todas partes buscando de donde aparecen esos ojos invisibles que la persiguen 24 horas al día.
Cierra la puerta sintiéndose segura, descansando, sonriendo agotada y tranquila, mirando la entrada como señal de salvación
Camina despacio, sonriendo, tranquila, pero una mano que no se ha visto, un abrazo que no conoce, una voz susurra en su oído y la hace estremecerse, como una frágil hoja al viento en medio del otoño
“Te ves mejor de cerca que desde una foto…” susurra y la arrastra a un ascensor, donde solo se oyen gritos, lamentos, lagrimas.
Silencio, luego silencio y nada más, ni gritos, ni movimientos, solo un hilo de sangre saliendo del ascensor, un zapato que se cae, un acoso inexistente sin salvación, una vida que se apaga, un temor sin fundamentos que se hace realidad y otro nombre anónimo que se publica en periódicos.
Lágrimas, muchas lágrimas y gente gritando, un cuerpo vacio y una cara de terror, un perfecto desconocido que se aleja sonriente, con una pulsera ensangrentada y una mirada de locura buscando nueva víctima, una nueva joven de largos cabellos rojizos que se sienta segura, a la que poder cazar.
Un nuevo acoso silencioso que alimente nuevas ganas de matar.
Ilustraciones de Castalia Doragon